Que gratificante resulta contemplar que todavía quedan fotógrafos como Juan Rodríguez, capaces de trasladar positivamente al presente una muestra de su ciudad natal desde la más pura perspectiva histórica. Qué sensación de tristeza produce el ver como el mundo ha desperdiciado la oportunidad de plasmar la vida real de nuestro planeta a través de la historia.
La fotografía se inventó hace tan sólo 150 años. Sin embargo, la mente se queda estupefacta al pensar que la fotografía pudiera haberse realizado hace 300 ó 500 ó 1996 años. Sería fascinante saber como era el aspecto real de Jesús y de los Apóstoles. Pensemos por un momento cuanto más clarividente y perfecto sería nuestro saber a través de la historia si dispusiéramos de testimonios fotográficos. El conocimiento que hoy tenemos de nuestro pasado histórico nos ha llegado por medio de la palabra hablada y escrita, atenuada y alterada por las generaciones y por las artes visuales que se limitaban exclusivamente a dibujos y pinturas subjetivos. Pensemos también qué cantidad de detalles mucho más fascinantes podría habernos proporcionado la fotografía, incluso a la más mínima contemplación.
En la evolución de nuestra sociedad contemporánea, las vidas y las circunstancias cambian más rápidamente que nunca. Hacer el registro visual serio y artístico de nuestra vida cotidiana, de cómo se transforma y evoluciona nuestro entorno, adquiere una gran importancia y significación …si no queremos perder el sentido de quienes somos y de donde venimos. La cualidad extraordinariamente incomparable de la fotografía radica en que es capaz de congelar, no sólo momentos puntuales de la historia para el examen y valoración en un momento posterior, sino también nuestra condición, triunfos y fracasos y constituye al mismo tiempo el registro visual verdadero para generaciones futuras. En tal sentido, hay que descubrirse ante la obra de Juan Rodríguez y ante los fotógrafos de este mundo que trabajan perseverantemente en el marco de la mejor tradición de nuestros fotodocumentalistas contemporáneos, reflejando nuestro planeta con sus variados segmentos y microcosmos. Sus hermosas fotografías tienen ahora vida y seguirán teniéndolas en muchos años.
Elliot Erwitt. Nueva York. Marzo 1996.